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SOY ALTAMENTE SENSIBLE



En mi cama, después de alguna situación dolorosa o conflictiva, me preguntaba "¿por qué soy así tan rara?", "¿por qué no puedo ser una persona normal?"

Siempre fui una persona notoriamente sensible. En la boda de mi hermano lloré desde el inicio hasta el final, lloré cuando entendí que mi hermano menor ya no era un niño, lloro cuando voy a conciertos de música clásica, lloro en las películas, lloro cuando llueve, lloro sin motivo aparente.


Desde que estoy niña soy así y desde entonces sé que la sensibilidad nunca fue particularmente agradable en esta sociedad: las frases como "tenés que hacerte fuerte" o "no podés llorar todo el tiempo por todo" se convirtieron en mantras que repetía en mis días oscuros. ¿Y de dónde venían esas frases que comencé a internalizar? De los demás, de las personas que me rodeaban y que no comprendían por qué todo me afectaba tanto.


Yo misma no entendía qué me pasaba. Era muy difícil ver cómo el resto de personas se enfrentaban a un duelo, al desamor o al estrés de manera tan distinta a la mía. En mi cama, después de alguna situación dolorosa o conflictiva, me preguntaba "¿por qué soy así tan rara?", "¿por qué no puedo ser una persona normal?"


Creí que había algo mal en mí y decidí "hacerme fuerte", al mejor estilo del fake it until you make it: me aguantaba las ganas de llorar, escuchaba música a todo volumen cuando tenía pensamientos negativos, escribía frases como "debo ser más fuerte" en papeles y las repetía hasta que se me aliviara la tristeza o la ansiedad... y funcionaba, pero de repente sucedía algo que me volvía a generar ansiedad y tristeza y todos mis esfuerzos eran en vano.


Así viví siempre, preguntándome por qué era tan sensible a los estímulos y a los eventos de la vida, tratando de buscar espacios de calma dentro de mi propia cabeza.


Con el tiempo aprendí a lidiar con mi forma de ser. Me fui de la casa de mis papás y el silencio y la soledad me hicieron tan bien que descubrí que mi entorno tenía un efecto importante en mí. Comencé a anotar en una lista las tareas y situaciones que me hacían sentirme ansiosa o tranquila y vi cambios positivos cuando intenté seguir o evitar lo que había anotado en papel (aunque no sabía aún qué me pasaba).


Y todo iba bien, hasta que otro evento me hizo caer en crisis de nuevo: meses después de haber conseguido un trabajo que deseaba mucho tener, renuncié porque no aguanté más el ambiente. Fue como empezar desde cero, otra vez.


Lo bueno de haber sufrido las consecuencias emocionales de mi renuncia fue que me tomé más en serio mi salud emocional y comencé a trabajar en mí misma para comprender qué me pasaba, hasta que encontré que mi "problema" es un rasgo que comparto con un 20% de la población mundial: alta sensibilidad o sensibilidad de procesamiento sensorial.


Darme cuenta de eso es lo más liberador que me ha sucedido. Finalmente encontré respuestas y dejé de sentirme como un pez fuera del agua. Ahora, en lugar de preguntarme por qué reacciono de cierta manera ante lo que me sucede, anoto todo lo que siento y honro mis emociones porque sé que de eso depende mi bienestar emocional, de la honestidad que tenga conmigo misma.


Superar la pérdida de un familiar me toma años, al igual que un desenlace amoroso, todavía me duele infinitamente la injusticia y sigo llorando de felicidad y de tristeza cada dos días, pero soy capaz de darme tiempo para reconocer qué me sucede y procuro no exponerme a situaciones que me causen estrés.


¿Creés que sos mucho más sensible que los demás? Contame en los comentarios.



Silvia.



*La foto hermosa de este post es de Martín de Goycoechea.

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